En la caída, al rodar,
la cadenilla se debió abrir y perdió la magia. No lo notó entonces, pues el dolor en
sus manos que, instintivamente protegieron su cara, fue tan intenso que el
mundo pareció desaparecer detrás de un ramalazo de llamas. Coqueta, entre el ir
y venir de la gente, se levantó con la más atrayente de sus sonrisas como
diciendo: —Aquí no ha pasado nada—, y con un leve cojeo simuló seguir su
camino. En realidad se subió a un taxi y regresó a casa para curarse. Primero
limpió la tierra y la sangre, entonces, advirtió lo que faltaba y se detuvo
su corazón. Era un hueco en el universo, un día al que le habían arrancado el sol
del firmamento y una culpa sobre su conciencia. Se sentía desvalida sin ella.
Así la encontré al
llegar, como una sombra que se lamentaba sin consuelo ni perdón, dejando que
sus lágrimas mojaran la almohada. El verla tan compungida, me alarmó y, con
suave cariño, le pregunté la razón de su miseria. Ni siquiera quería pensar en
ello y dio vueltas y revueltas hasta contarme el accidente.
Sabía que la valoraba,
pero pensé y le dije que me parecía inútil regresar al lugar para buscarla, con
lo cual solo provoqué el aumento del caudal de lágrimas. Intenté animarla al
parodiar aquel otro momento. Le recordé mi asombro y disimulada consternación
cuando, tras regalarle el pobre anillo de compromiso, su abuela le colgó al
cuello aquella arcana pieza de oro y diamantes. En ese entonces la alabé
profusamente y escondí así con palabras mis flacos bolsillos de soltero.
Se desató la tormenta
y las nubes negras de la tragedia, entre truenos y relámpagos, transformaron en
lluvia su pesar. Al tiempo entendí las
medias palabras, las insinuaciones y, finalmente, la historia que me contaba.
El colgante se lo
había regalado su abuela Nurah tras el compromiso, como yo recordaba. Nurah,
venida del Líbano, lo recibió a su vez de la suya al casarse y así
sucesivamente. Todas ellas, junto a muchas anteriores, portaron el adorno como un
amuleto esotérico en esa tierra heredera de los fenicios.
La pieza tenía casi dos siglos de antigüedad y
apareció en Medio Oriente transportada en caravana desde lo profundo del África
con esos pequeños brillantes llenos de influjos y trasparencias. Me estremecí al pensar en su
valor y, cuando le hice ver la imprudencia de andar por allí sin tomar
precauciones, recibí como respuesta la explicación de una advertencia que me
dejó azorado.
Esos relicarios son
extraños y famosos debido a sus poderes, por llamarlo de alguna manera. En su
cara interior guardan la foto del esposo por el cual fue regalado. A Nurah, le
había contado su abuela que durante la Gran Guerra, aferraba el pendiente por
las noches frente a la hoguera para evocar a su marido que luchaba lejos. A su
vez Nurah, buscaba a Yusef a la luz del quinqué a querosene, mientras esperaba
que mandara por ella desde la mítica América.
Abrazándome con fuerza, me confesó que, como
en un ritual, entre pitonisas, colocaron mi foto en el adorno. En los antiguos
días en que viajaba por negocios, ella, a la luz del hogar o de una vela, bajo
su influjo, miraba mi imagen para extrañar menos y sentirme más cerca. También
la ayudaban los mágicos ecos de las fotos de los anteriores consortes que
poblaban como un sortilegio ese escondido lugar. Sin embargo, estos beneficios,
si la joya se perdía o era robada, me provocarían una muerte horrible e
inexorable.
Ambivalente sus
palabras me conmocionaron. Pero enamorado quise alegrarla y por eso, con una
sonrisa, le dije que ni aun conociendo la historia oculta, hubiera acertado
tanto con el modesto anillo que le regalé: pequeño, de engarce barato y un leve
tono amarillo, era el más potente talismán que el cariño podría nutrir.
—No vale para el resto
del mundo, pero estoy seguro de que aunque tenga algunas facetas de menos, gracias
a su protección en todas ellas solo encontrarás mi rostro. Y no tendré que
competir con los fantasmas de guerreros, héroes ni navegantes.
Desde entonces tu
ternura y su escudo han logrado que mi corazón sea capaz de desafiar los más
terribles conjuros y seguir latien…
Carlos Caro
Paraná, 9 de febrero
de 2016
Descargar PDF: http://cort.as/co_j
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