6/3/16

El talismán



En la caída, al rodar, la cadenilla se debió abrir y perdió la   magia. No lo notó entonces, pues el dolor en sus manos que, instintivamente protegieron su cara, fue tan intenso que el mundo pareció desaparecer detrás de un ramalazo de llamas. Coqueta, entre el ir y venir de la gente, se levantó con la más atrayente de sus sonrisas como diciendo: —Aquí no ha pasado nada—, y con un leve cojeo simuló seguir su camino. En realidad se subió a un taxi y regresó a casa para curarse. Primero limpió la tierra y la sangre, entonces, advirtió lo que faltaba y se detuvo su corazón. Era un hueco en el universo, un día al que le habían arrancado el sol del firmamento y una culpa sobre su conciencia. Se sentía desvalida sin ella.

Así la encontré al llegar, como una sombra que se lamentaba sin consuelo ni perdón, dejando que sus lágrimas mojaran la almohada. El verla tan compungida, me alarmó y, con suave cariño, le pregunté la razón de su miseria. Ni siquiera quería pensar en ello y dio vueltas y revueltas hasta contarme el accidente.

Sabía que la valoraba, pero pensé y le dije que me parecía inútil regresar al lugar para buscarla, con lo cual solo provoqué el aumento del caudal de lágrimas. Intenté animarla al parodiar aquel otro momento. Le recordé mi asombro y disimulada consternación cuando, tras regalarle el pobre anillo de compromiso, su abuela le colgó al cuello aquella arcana pieza de oro y diamantes. En ese entonces la alabé profusamente y escondí así con palabras mis flacos bolsillos de soltero.

Se desató la tormenta y las nubes negras de la tragedia, entre truenos y relámpagos, transformaron en lluvia su pesar. Al tiempo  entendí las medias palabras, las insinuaciones y, finalmente, la historia que me contaba.

El colgante se lo había regalado su abuela Nurah tras el compromiso, como yo recordaba. Nurah, venida del Líbano, lo recibió a su vez de la suya al casarse y así sucesivamente. Todas ellas, junto a muchas anteriores, portaron el adorno como un amuleto esotérico en esa tierra heredera de los fenicios.

 La pieza tenía casi dos siglos de antigüedad y apareció en Medio Oriente transportada en caravana desde lo profundo del África con esos pequeños brillantes llenos de influjos y  trasparencias. Me estremecí al pensar en su valor y, cuando le hice ver la imprudencia de andar por allí sin tomar precauciones, recibí como respuesta la explicación de una advertencia que me dejó azorado.

Esos relicarios son extraños y famosos debido a sus poderes, por llamarlo de alguna manera. En su cara interior guardan la foto del esposo por el cual fue regalado. A Nurah, le había contado su abuela que durante la Gran Guerra, aferraba el pendiente por las noches frente a la hoguera para evocar a su marido que luchaba lejos. A su vez Nurah, buscaba a Yusef a la luz del quinqué a querosene, mientras esperaba que mandara por ella desde la mítica América.

 Abrazándome con fuerza, me confesó que, como en un ritual, entre pitonisas, colocaron mi foto en el adorno. En los antiguos días en que viajaba por negocios, ella, a la luz del hogar o de una vela, bajo su influjo, miraba mi imagen para extrañar menos y sentirme más cerca. También la ayudaban los mágicos ecos de las fotos de los anteriores consortes que poblaban como un sortilegio ese escondido lugar. Sin embargo, estos beneficios, si la joya se perdía o era robada, me provocarían una muerte horrible e inexorable.
   
Ambivalente sus palabras me conmocionaron. Pero enamorado quise alegrarla y por eso, con una sonrisa, le dije que ni aun conociendo la historia oculta, hubiera acertado tanto con el modesto anillo que le regalé: pequeño, de engarce barato y un leve tono amarillo, era el más potente talismán que el cariño podría nutrir.

—No vale para el resto del mundo, pero estoy seguro de que aunque tenga algunas facetas de menos, gracias a su protección en todas ellas solo encontrarás mi rostro. Y no tendré que competir con los fantasmas de guerreros, héroes ni navegantes.

Desde entonces tu ternura y su escudo han logrado que mi corazón sea capaz de desafiar los más terribles conjuros y seguir latien…


Carlos Caro

Paraná, 9 de febrero de 2016

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