Cada noche soy un
fósil apergaminado que es exhibido en posición sentada frente a la mesa. Apenas
entra una luz gris, pálida y mortecina que en este lugar inhumano pesa como el
plomo. Vence al clavo que sostiene al cuadro y éste se desmorona en una
avalancha de detritus que lo sigue hasta el estallido de cristales y lo cubre
sobre el piso.
Las vibraciones me
alcanzan y reverbera un músculo olvidado dando una diástole. Salido de un coma,
la sigue, sin ganas, una sístole y, en
cámara lenta juegan con mi sangre extraña hasta que se torna latido.
Un primer estertor
mueve mis brazos sobre la losa y el polvo se eleva en frágiles columnas fungoides.
Parecen amebas que emergen para flotar sobre un techo tan lejano como otro
universo. Pestañeo al verlas y la mugre acumulada sobre los párpados me irrita
los ojos.
Muevo un cuello que aparenta
ser de tortuga y crujen las vértebras y la piel reseca. Campea el serrín, las
arañas y los residuos sobre mesa, losa y candelabros. También sobre mí y forman
mosaicos de arlequín, por lo que levanto un brazo a un lado y el otro hacia el
contrario, corro la silla y hago lo mismo con las piernas. Espero segundos que
parecen horas y minutos que parecen días, pero el titiritero no levanta los
hilos que me saquen de esta cajaprisión
y desespero sin guía ni clemencia.
Desde otro tiempo, otra era y otro lugar, me
llega su recuerdo como un paño húmedo y fresco que me limpia las esporas con
que me han cubierto las eras. Estalla el sol de los días felices cuando ella
corría sobre el césped, cuando por el apuro se atoraba con la comida o, cuando
con ojos enormes, imaginaba a Peter Pan y al duende dentro de la botella que vivían
en el libro que le leía antes de apagar la lámpara para dormir.
La recuerdo tomada de
mi mano, cuesta abajo por las veredas de las barrancas, mientras hacíamos sonar
desafiantes, en el silencio místico de la siesta e inclinados hacia atrás, las
suelas de nuestros zapatos.
Me sonrío al ver cómo
busca entre los regalos de navidad. Las felicitaciones y los aplausos cuando
gira loca con el vestido nuevo para que flamee la falda como la de la bailarina.
La que se mira en el espejo de la cajita de música.
Recuerdo cuando
vencida por el sueño se dormía sobre mi hombro o su beso rápido al despedirse
al entrar a la escuela y, a veces, su salida roja de furia e indignada al
sufrir las artimañas ingenuas de otro infante.
Enloquezco al imaginar
el chillido de aquellos frenos y la vida que se termina persiguiendo a una
ambulancia que corre y zigzaguea con una sirena que aúlla mi angustia animal. Desesperado
regalé mi alma al condenado que clavó los colmillos en nuestros cuellos y tuve
la loca esperanza de retener un remedo de tu cuerpo, mas…
Inútil. Todo vano. Solo
evoco delirante un ramo de flores secas sobre la tumba porfiada. Se pone el sol,
todo es cenizo y retornan las sombras. Renace mi fuerza aunque me congelo, pierdo
anhelos y voluntad, inclino la cabeza y cierro esta imitación de vida junto con
los ojos mientras espero.
Desde el techo, las partículas
parecieran desde hace milenios cubrir como un sudario el eterno sepulcro donde
espero tu despertar.
Carlos Caro
Paraná, 4 de marzo de
2016
Descargar PDF: http://cort.as/d7C7
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