15/3/16

Inerte




Cada noche soy un fósil apergaminado que es exhibido en posición sentada frente a la mesa. Apenas entra una luz gris, pálida y mortecina que en este lugar inhumano pesa como el plomo. Vence al clavo que sostiene al cuadro y éste se desmorona en una avalancha de detritus que lo sigue hasta el estallido de cristales y lo cubre sobre el piso.

Las vibraciones me alcanzan y reverbera un músculo olvidado dando una diástole. Salido de un coma, la  sigue, sin ganas, una sístole y, en cámara lenta juegan con mi sangre extraña hasta que se torna latido.

Un primer estertor mueve mis brazos sobre la losa y el polvo se eleva en frágiles columnas fungoides. Parecen amebas que emergen para flotar sobre un techo tan lejano como otro universo. Pestañeo al verlas y la mugre acumulada sobre los párpados me irrita los ojos.

Muevo un cuello que aparenta ser de tortuga y crujen las vértebras y la piel reseca. Campea el serrín, las arañas y los residuos sobre mesa, losa y candelabros. También sobre mí y forman mosaicos de arlequín, por lo que levanto un brazo a un lado y el otro hacia el contrario, corro la silla y hago lo mismo con las piernas. Espero segundos que parecen horas y minutos que parecen días, pero el titiritero no levanta los hilos que me saquen de esta cajaprisión y desespero sin guía ni clemencia.

 Desde otro tiempo, otra era y otro lugar, me llega su recuerdo como un paño húmedo y fresco que me limpia las esporas con que me han cubierto las eras. Estalla el sol de los días felices cuando ella corría sobre el césped, cuando por el apuro se atoraba con la comida o, cuando con ojos enormes, imaginaba a Peter Pan y al duende dentro de la botella que vivían en el libro que le leía antes de apagar la lámpara para dormir.

La recuerdo tomada de mi mano, cuesta abajo por las veredas de las barrancas, mientras hacíamos sonar desafiantes, en el silencio místico de la siesta e inclinados hacia atrás, las suelas de nuestros zapatos.
Me sonrío al ver cómo busca entre los regalos de navidad. Las felicitaciones y los aplausos cuando gira loca con el vestido nuevo para que flamee la falda como la de la bailarina. La que se mira en el espejo de la cajita de música.

Recuerdo cuando vencida por el sueño se dormía sobre mi hombro o su beso rápido al despedirse al entrar a la escuela y, a veces, su salida roja de furia e indignada al sufrir las artimañas ingenuas de otro infante.
Enloquezco al imaginar el chillido de aquellos frenos y la vida que se termina persiguiendo a una ambulancia que corre y zigzaguea con una sirena que aúlla mi angustia animal. Desesperado regalé mi alma al condenado que clavó los colmillos en nuestros cuellos y tuve la loca esperanza de retener un remedo de tu cuerpo, mas…

Inútil. Todo vano. Solo evoco delirante un ramo de flores secas sobre la tumba porfiada. Se pone el sol, todo es cenizo y retornan las sombras. Renace mi fuerza aunque me congelo, pierdo anhelos y voluntad, inclino la cabeza y cierro esta imitación de vida junto con los ojos mientras espero.

Desde el techo, las partículas parecieran desde hace milenios cubrir como un sudario el eterno sepulcro donde espero tu despertar.



Carlos Caro

Paraná, 4 de marzo de 2016

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