15/3/16

Cumpleaños




He esperado por este día toda la semana y en cuanto despierto me asalta un anhelo anticipatorio. Sin embargo, todo está oscuro. Espío tras las cortinas y sólo encuentro la noche, las farolas encendidas y las estrellas que se van con el lucero que le resiste al alba.

Me levanto, me visto y me acicalo en silencio y en la oscuridad para no despertarte. Los años y la rutina han convertido el tacto de mis manos en ojos, y ello remienda mi ego que no nota músculos desaparecidos ni calorías acumuladas junto a mi ombligo.

Alegre con la idea de un juego nuevo preparo el desayuno: café, jugo, manteca y galletitas. Llevo la bandeja hacia el solitario comedor y con fastidio regreso. Olvidé las tostadas. Parezco un poseído (borroso por la velocidad) que saca dos rebanadas de pan y las maltrata al colocarlas en la tostadora que se queja con su rítmico: tic, tic, tic.

Me siento a la mesa y, mientras practico el mantra Om para recibir la jornada que se perfila ¡Tac! Suena lista, vengativa y fastidiosa la tostadora. Colérico, busco las tostadas en la cocina, pero al regresar, recapacito y me conmueve más el amanecer con la manteca sobre ellas que con el austero mantra.

Absorto y como si mirara por un calidoscopio veo el primer cumpleaños que compartimos a media luz. Oigo la suave música y disfruto la lata de sardinas y pan que pude comprar con los restos de mi sueldo. También río lo que entonces sufrí con el vino espumante que, de tan barato, no despedía ni la más mísera espuma.

Recuerdo otro en el que, tras una estupenda cena en restorán, terminamos la noche en un magnífico salón de baile. Bailamos al unísono como siameses que flotaban soñando a media altura entre el parqué y los caireles.

 En los demás, festejados con algarabía en casa, se me confunden los amigos que faltan por fallecidos con los que vendrán pues, cuando los invito, algunos parecen transparentes, locos o me miran con lástima. También me confunde la cantidad de velitas porque, coqueta, te quitas años y se las robas a las tortas.

En algunas de las celebraciones también aparecen los niños; las inauguraron con lloriqueos, luego siguieron con corridas y gritos y, finalmente con sus parejas. Concuerdo con que los lloriqueos nos angustian, las corridas nos sumen en el desespero y las parejas no nos agradan.

En la larga mesa escoltada por sillas en orden monástico, he reservado mi lugar junto al tuyo. Lo preparé para realizar la pantomima del ¡Feliz cumpleaños! sin entrometidos. Con otro vaso de jugo, una torta liliputiense como símbolo y una sola vela para que represente tus años. Cuando aparezcas, la encenderé solemne he intentaré dejarte sorda con mis aplausos y felicitaciones.

Las largas sombras que provoca el amanecer van menguando hacia la nada del mediodía y luego renacen crecientes hasta la oscuridad de la noche. Con desilusión, solo y acalambrado, repaso aquel almanaque donde no cambia el año. Nuevamente marqué mal el mes. Molesto, ceno algo recalentado, devuelvo la tortita a su caja en el refrigerador común y, me acuesto silencioso en el oscuro dormitorio para no despertarte.

Mientras concilio el sueño sin lograr tocarte, imagino pesadillas de soledades. Ellas me consumen en el afán inútil de volver a sentir el soplo y tu risa al apagar las velitas.



Carlos Caro

Paraná, 9 de marzo de 2016

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