He esperado por este
día toda la semana y en cuanto despierto me asalta un anhelo anticipatorio. Sin
embargo, todo está oscuro. Espío tras las cortinas y sólo encuentro la noche,
las farolas encendidas y las estrellas que se van con el lucero que le resiste
al alba.
Me levanto, me visto y
me acicalo en silencio y en la oscuridad para no despertarte. Los años y la
rutina han convertido el tacto de mis manos en ojos, y ello remienda mi ego que
no nota músculos desaparecidos ni calorías acumuladas junto a mi ombligo.
Alegre con la idea de
un juego nuevo preparo el desayuno: café, jugo, manteca y galletitas. Llevo la
bandeja hacia el solitario comedor y con fastidio regreso. Olvidé las tostadas.
Parezco un poseído (borroso por la velocidad) que saca dos rebanadas de pan y
las maltrata al colocarlas en la tostadora que se queja con su rítmico: tic,
tic, tic.
Me siento a la mesa y,
mientras practico el mantra Om para recibir la jornada que se perfila ¡Tac! Suena
lista, vengativa y fastidiosa la tostadora. Colérico, busco las tostadas en la
cocina, pero al regresar, recapacito y me conmueve más el amanecer con la
manteca sobre ellas que con el austero mantra.
Absorto y como si
mirara por un calidoscopio veo el primer cumpleaños que compartimos a media
luz. Oigo la suave música y disfruto la lata de sardinas y pan que pude comprar
con los restos de mi sueldo. También río lo que entonces sufrí con el vino
espumante que, de tan barato, no despedía ni la más mísera espuma.
Recuerdo otro en el que,
tras una estupenda cena en restorán, terminamos la noche en un magnífico salón
de baile. Bailamos al unísono como siameses que flotaban soñando a media altura
entre el parqué y los caireles.
En los demás, festejados con algarabía en
casa, se me confunden los amigos que faltan por fallecidos con los que vendrán pues,
cuando los invito, algunos parecen transparentes, locos o me miran con lástima.
También me confunde la cantidad de velitas porque, coqueta, te quitas años y se
las robas a las tortas.
En algunas de las
celebraciones también aparecen los niños; las inauguraron con lloriqueos, luego
siguieron con corridas y gritos y, finalmente con sus parejas. Concuerdo con que
los lloriqueos nos angustian, las corridas nos sumen en el desespero y las
parejas no nos agradan.
En la larga mesa
escoltada por sillas en orden monástico, he reservado mi lugar junto al tuyo.
Lo preparé para realizar la pantomima del ¡Feliz cumpleaños! sin entrometidos. Con
otro vaso de jugo, una torta liliputiense como símbolo y una sola vela para que
represente tus años. Cuando aparezcas, la encenderé solemne he intentaré
dejarte sorda con mis aplausos y felicitaciones.
Las largas sombras que
provoca el amanecer van menguando hacia la nada del mediodía y luego renacen crecientes
hasta la oscuridad de la noche. Con desilusión, solo y acalambrado, repaso
aquel almanaque donde no cambia el año. Nuevamente marqué mal el mes. Molesto,
ceno algo recalentado, devuelvo la tortita a su caja en el refrigerador común y,
me acuesto silencioso en el oscuro dormitorio para no despertarte.
Mientras concilio el
sueño sin lograr tocarte, imagino pesadillas de soledades. Ellas me consumen en
el afán inútil de volver a sentir el soplo y tu risa al apagar las velitas.
Carlos Caro
Paraná, 9 de marzo de
2016
Descargar PDF: http://cort.as/d7B5
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