No.
No. No aguanto más
No. No aguanto más a este mundo tan desigual
donde tantas esperanzas fueron ilusiones y que gira y gira demente y complaciente.
Los medios mienten u ocultan el sufrimiento, la
angustia, y, peor aún, el hambre y el miedo de millones. Tampoco le dicen al “primer mundo” que por su brutalidad ha
dejado de serlo. Convierten a sus habitantes en cómodos cómplices que ciegos, creen que sobrevivirán a la hecatombe.
Solo me distraje una mañana y por la tarde lloré.
Lloré amargamente al enterarme de la tragedia de los desesperados que, desde
Libia, murieron al intentar, por cualquier medio, llegar a Europa ¿Qué se ha
hecho de ese faro de cultura y conocimientos? Retraída en sí misma y a las
órdenes de la OTAN es una cáscara vacía de los miles de años de historia y de
las decenas de civilizaciones que la formaron. A ellas las han convertido en
lugares turísticos y, piedra a piedra, en el “merchandising” con el que lucran.
Atónito, imagino al norte que envejece como un avaro que custodia su oro, su
tierra y su petróleo; se divide y mata. Mata con las guerras sin derecho,
mata con la indiferencia y mata con la
polución que, mentiroso, no podrá
controlar.
Con furia cierro la “laptop” e imagino a Mahmud…
Arrastro paso tras paso y, extenuado, me obnubila
un sol que apenas asoma en el horizonte de arena del Magreb. Todavía tirito con
el frío tremendo de sus noches y me apuro para encontrar un refugio antes de la
media mañana. Allí el calor que sube será de cuarenta grados y evaporará la
única agua que me queda, mis lágrimas.
Aturdido y
tambaleante busco entre la muchedumbre de espectros a mi familia. Repaso la
cuenta y si concuerda, me encojo de hombros ante los caídos que quedan detrás.
Sin embargo, cuando evito al desdichado que cae frente a mí, me horroriza la
piedra en que se transformó mi corazón. Son mis amigos y parientes, es mi
pueblo. Soy médico, ¿cómo embrutecí? ¿Qué es
esta marcha desesperada?
Recuerdo con horror las sucesivas masacres que
ocurrieron. Primero, los ataques ilegales de los yanquis y los franceses que
apoyaron a los rebeldes islamitas. “Primavera árabe”, las llamaron para
esconder su insaciable sed de petróleo que con su riqueza nos elevó, nos dio
una educación, una salud y un bienestar similar a los de Italia, Grecia o
España.
Tras asesinar y linchar a Muhamar Gadafi junto con
sus hijos de uno y dos años, todo se derrumbó y, como una broma del destino
(una vez que los extranjeros aseguraron las instalaciones, los oleoductos y los
pozos), la maldición continuó. Somos un país con dos capitales, Trípoli y
Tobruk y dos monedas que nunca más llegaron. En solo cinco años retrocedimos
siglos y los muertos se secan cubiertos por la arena ya que las facciones nos fusilan.
Un día una y otro, otra.
Buscamos la salvación en la costa y, a través del
Mediterráneo, en Lampedusa, que brilla como un ícono de vida en nuestras
mentes. Debimos darles a los traficantes: dólares y euros, anillos y alhajas y
hasta la honra les entregamos. Abordamos de a cientos en barcos, navíos y
botes. Nos apiñamos inconscientes en cualquier cosa que flotara al pensar que
la muerte quedaba atrás.
Entre las olas le grito a mi hijo — ¡Ibrahim! ¿No
pierde aire ese gomón?
—Sí, pero ya lo emparchan. No te preocupes.
— ¡Salima!, ¡Salima! Acércate a la borda, mujer. Tu
navío está más cerca, vigila a Ibrahim.
El gomón se desinfla, entra el mar y los ocupantes
enloquecen. Son gente del desierto, nadie sabe nadar.
— ¡Ibrahim…! Aguanta, ya vamos— le grito mientras
maldigo a los remeros del bote para que se esfuercen.
Saco a Ibrahim vomitando agua salobre, pero otros
diez ocupantes del gomón se aferran al costado y, al tratar de subir vuelcan el
bote. El pánico se extiende como un incendio en la pradera.
—Te tengo. Tranquilízate. Llevo salvavidas— le
susurro para que los que se ahogan no me escuchen.
Miro alrededor y comprendo que es el fin. Varias
embarcaciones se acercan veloces para rescatar a familiares y amigos.
— ¡No! ¡No! ¡Sigan! ¡Salima! ¡No! ¡Se hundirán
todos!
El vapor de
los traficantes cambia de rumbo y forman un remolino que los traga. El video de
YouTube muestra a un barco mercante griego que rescata, frente a los férreos
guardacostas italianos, a los aturdidos sobrevivientes: treinta y siete
hombres, tres mujeres y un niño. Los lleva a la ciudad de Kalamata, en Grecia.
La misma que nuevamente y, pese a sus calamidades, es la conciencia de
occidente. Allí, un Mahmud demudado, relata el naufragio y espera ansioso su
castigo. Cuando lo repatrien, le darán la muerte que quiere y necesita para no
enloquecer.
Entretanto el legendario Caribdis se reúne con su
compañero Escila en el estrecho de Mesina, y deja, al pasar, los cadáveres en
las playas de Lampedusa que vuelve a lamentar otro funeral anónimo.
Ya de noche resuena en mi cabeza, como burla, la
máxima política del personaje de “El gatopardo”, escrito por Giuseppe Tomasi,
nacido en la isla: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que
todo cambie".
Carlos Caro
Paraná, 23 de abril de 2016
Notas y opiniones: http://cort.as/eX9f
Descargar PDF: http://cort.as/eWqi
Susana,luego de leer comenta que la Literartura, una vez más permite, que desde la creación, se pueda ficcionalizar la realidad tangible. Bellísimo relato, en lo que lo verosímil es a la vez la voz de la denuncia; el compromiso del testimonio!! relato para leerlo y releerlo!!
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