24/4/16

Bárbaros, salvajes vestidos con trajes de Armani



No.
No. No aguanto más
No. No aguanto más a este mundo tan desigual donde tantas esperanzas fueron ilusiones y que gira y gira demente y complaciente.
Los medios mienten u ocultan el sufrimiento, la angustia, y, peor aún, el hambre y el miedo de millones. Tampoco le dicen  al “primer mundo” que por su brutalidad ha dejado de serlo. Convierten a sus habitantes en cómodos cómplices que ciegos,  creen que sobrevivirán a la hecatombe.
Solo me distraje una mañana y por la tarde lloré. Lloré amargamente al enterarme de la tragedia de los desesperados que, desde Libia, murieron al intentar, por cualquier medio, llegar a Europa ¿Qué se ha hecho de ese faro de cultura y conocimientos? Retraída en sí misma y a las órdenes de la OTAN es una cáscara vacía de los miles de años de historia y de las decenas de civilizaciones que la formaron. A ellas las han convertido en lugares turísticos y, piedra a piedra, en el “merchandising” con el que lucran. Atónito, imagino al norte que envejece como un avaro que custodia su oro, su tierra y su petróleo; se divide y mata. Mata con las guerras sin derecho, mata  con la indiferencia y mata con la polución que, mentiroso, no  podrá controlar.
Con furia cierro la “laptop” e imagino a Mahmud…
Arrastro paso tras paso y, extenuado, me obnubila un sol que apenas asoma en el horizonte de arena del Magreb. Todavía tirito con el frío tremendo de sus noches y me apuro para encontrar un refugio antes de la media mañana. Allí el calor que sube será de cuarenta grados y evaporará la única agua que me queda, mis lágrimas.
 Aturdido y tambaleante busco entre la muchedumbre de espectros a mi familia. Repaso la cuenta y si concuerda, me encojo de hombros ante los caídos que quedan detrás. Sin embargo, cuando evito al desdichado que cae frente a mí, me horroriza la piedra en que se transformó mi corazón. Son mis amigos y parientes, es mi pueblo. Soy médico, ¿cómo embrutecí? ¿Qué es esta marcha desesperada?
Recuerdo con horror las sucesivas masacres que ocurrieron. Primero, los ataques ilegales de los yanquis y los franceses que apoyaron a los rebeldes islamitas. “Primavera árabe”, las llamaron para esconder su insaciable sed de petróleo que con su riqueza nos elevó, nos dio una educación, una salud y un bienestar similar a los de Italia, Grecia o España.
Tras asesinar y linchar a Muhamar Gadafi junto con sus hijos de uno y dos años, todo se derrumbó y, como una broma del destino (una vez que los extranjeros aseguraron las instalaciones, los oleoductos y los pozos), la maldición continuó. Somos un país con dos capitales, Trípoli y Tobruk y dos monedas que nunca más llegaron. En solo cinco años retrocedimos siglos y los muertos se secan cubiertos por la arena ya que las facciones nos fusilan. Un día una y otro, otra.
Buscamos la salvación en la costa y, a través del Mediterráneo, en Lampedusa, que brilla como un ícono de vida en nuestras mentes. Debimos darles a los traficantes: dólares y euros, anillos y alhajas y hasta la honra les entregamos. Abordamos de a cientos en barcos, navíos y botes. Nos apiñamos inconscientes en cualquier cosa que flotara al pensar que la muerte quedaba atrás.
Entre las olas le grito a mi hijo — ¡Ibrahim! ¿No pierde aire  ese gomón?
—Sí, pero ya lo emparchan. No te preocupes.
— ¡Salima!, ¡Salima! Acércate a la borda, mujer. Tu navío está más cerca, vigila a Ibrahim.
El gomón se desinfla, entra el mar y los ocupantes enloquecen. Son gente del desierto, nadie sabe nadar.
— ¡Ibrahim…! Aguanta, ya vamos— le grito mientras maldigo a los remeros del bote para que se esfuercen.
Saco a Ibrahim vomitando agua salobre, pero otros diez ocupantes del gomón se aferran al costado y, al tratar de subir vuelcan el bote. El pánico se extiende como un incendio en la pradera.
—Te tengo. Tranquilízate. Llevo salvavidas— le susurro para que los que se ahogan no me escuchen.
Miro alrededor y comprendo que es el fin. Varias embarcaciones se acercan veloces para rescatar a familiares y amigos.
— ¡No! ¡No! ¡Sigan! ¡Salima! ¡No! ¡Se hundirán todos!
 El vapor de los traficantes cambia de rumbo y forman un remolino que los traga. El video de YouTube muestra a un barco mercante griego que rescata, frente a los férreos guardacostas italianos, a los aturdidos sobrevivientes: treinta y siete hombres, tres mujeres y un niño. Los lleva a la ciudad de Kalamata, en Grecia. La misma que nuevamente y, pese a sus calamidades, es la conciencia de occidente. Allí, un Mahmud demudado, relata el naufragio y espera ansioso su castigo. Cuando lo repatrien, le darán la muerte que quiere y necesita para no enloquecer.
Entretanto el legendario Caribdis se reúne con su compañero Escila en el estrecho de Mesina, y deja, al pasar, los cadáveres en las playas de Lampedusa que vuelve a lamentar otro funeral anónimo.
Ya de noche resuena en mi cabeza, como burla, la máxima política del personaje de “El gatopardo”, escrito por Giuseppe Tomasi, nacido en la isla: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie".

Carlos Caro
Paraná, 23 de abril de 2016
Notas y opiniones: http://cort.as/eX9f
Descargar PDF: http://cort.as/eWqi





1 comentario:

  1. Susana,luego de leer comenta que la Literartura, una vez más permite, que desde la creación, se pueda ficcionalizar la realidad tangible. Bellísimo relato, en lo que lo verosímil es a la vez la voz de la denuncia; el compromiso del testimonio!! relato para leerlo y releerlo!!

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