Siento que soy el planeta que gira
del día a la noche en una sucesión infinita de amaneceres y ocasos. Me acompaña
la luna que, misteriosa, me muestra la misma cara. Es allí donde alucino mares,
cráteres y montañas con el blanco de la ancianidad. A medida que pasan sus
fases, como un giróscopo, marca la duración, tic… de las horas, tac… y las
mareas vienen y van. La arrastro conmigo en la gran elipse que, cada año, me
apresa al sol y que inclinado recorro en invierno para regresar en verano.
Somos ocho los vasallos que formamos el
cortejo del Rey. Con él nací, con él enfurecí lleno de lavas y gases y junto a él,
hace eones, me arrastra la Vía Láctea mientras cruzo su horizonte. Al hacerlo,
me estremezco; mi órbita vacila y miro aterrado cómo el gran agujero negro de
su centro se come la luz. Impune, devora también, a los sistemas y cada vez se
torna más negro, más grande y más poderoso. No obstante, reverencio la
enormidad del universo donde, con diferentes formas, bailan su minué las
galaxias y los cúmulos de polvo.
Con satélites, azorado, observo Los
Portales de la Creación, donde las chispas indican que nacen nuevos astros. Con
ellos, sin creer, también capto el principio. Fue tan inaudito el calor que ni
siquiera los átomos existían. Allí y en ese momento cayó vencida la
antimateria.
Al detectar los rayos X, me asombro
al descubrir que aquel mapa ancestral se dibujó en apenas centésimas de segundo,
creciendo desde un punto a mayor velocidad que la luz. Por eso Einstein
claudica, confuso, con su teoría. Y los
científicos, desesperados, lo llaman “Big Bang”. Creen que con otro nombre conseguirán
esconder a Dios ¿Qué más necesitan? ¿Qué otra prueba requieren? ¿Qué nuevo
milagro curará su ceguera?
Como un niño con catalejo, descubro a
las novas que estallan en otras nebulosas y una vez más lo encuentro a Él. Las
galaxias mantienen su forma con materia que no veo y por ello la llaman oscura.
Deduzco sin comprender que hay energía también oculta y, con ella, éstas se
separan alejándose entre sí. Con melancolía, el universo terminará cuando el
último de los soles se apague en una oscuridad tan negra y fría que mi mente no
puede abarcar. Ayer su voluntad eligió al mamífero, eligió al hombre. Y le dio
el alma que peregrina en este “valle de lágrimas”; es su prueba y su vehículo
para aprender.
Tal destino me sacude y soy nuevamente
la Tierra, donde en el hemisferio iluminado, las nubes de tormenta lloran la
lluvia, la que limpia y a la vez encubre lo que miro, fascinado tras el cristal
de la ventana.
Percibo la eternidad de mi alma y la
soledad de mi carne. Esa soledad nostálgica que lleva tu nombre. Esa soledad
que llena el vacío con los recuerdos y las vivencias. Sin embargo, es otro
espejismo de mi vanidad y solo recuperaré la cordura al curar mi mente
afiebrada si descansa en tu amante regazo.
Carlos Caro
Paraná, 3 de abril de 2016
Descargar PDF: http://cort.as/fntw
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