“… y así
la vida lo quiso”.
Cierro
el tomo y, melancólico, lo abrazo como a un almohadón, como a un oso de peluche.
Delira mi mente al recordar lo narrado en las hojas, sorbo el café, me arrebujo
en el abrigo y enciendo el calefactor.
En el
universo templado del comedor, la imaginación aparta las cortinas y se enfrenta
al invierno y la noche. Adivino la cresta del glacial paleolítico que invade la
ciudad. Las luces de las farolas parecen cristales de hielo, los árboles
semejan líquenes de la Tundra y la luna, blanca y fría, domina con su fulgor
helado.
La
alborada sopla la niebla y muestra la escarcha que, como un comandante, forma
al césped en un batallón de sienes blancas. Un rayo rasante anuncia al sol que
luego esconderán las nubes. Con él refulge el jardín y brillan las alas,
metálicas, del colibrí. Inmóvil, liba la flor y pienso que la fina lengua se le
congeló en el cáliz de la engañosa rosa. Las blancas no mienten, más las rojas
muestran el rojo caliente del frenesí.
Las
pausadas y profundas campanadas del reloj, firme y de guardia, me traen del
ensueño y las cortinas se cierran. Medito mi soledad, la paladeo y la huelo.
Tiene un gusto amargo que me entristece y un olor a moho antiguo que me llena
de años.
Te
presiento en el dormitorio y me pregunto la frase final del tomo: ¿Realmente la
vida lo quiso así? ¿No tiene fin el templar de nuestras almas? Si desde hace
décadas entrelazamos nuestros destinos ¿Por qué ahora divergen?
Como
lobos, somos alfas que dirigen a los ciegos. Sin embargo, mis colmillos, hoy
extraños, te hieren sin querer y estalla la quimera en tu semblante, los gritos
en tu boca y el odio en tu mirada. Sigo animal y respondo el ataque. Escalamos,
peldaño a peldaño, una escalera de reproches que inventamos como lanzas que
hacen jirones el corazón. ¿Ha menguado tu amor?, o ¿El
rostro de la parca te obliga al miedo?
Todos
nuestros momentos se atesoran en el cerebro. Poseemos la mejor máquina del
tiempo y con ella revivimos aún lo no vivido. La playa, tu piel. El sol, tus
pechos. El agua salada y tus dulces besos. La pasión escondida entre las dunas
y esa hija que pare tu vientre. Dichas y tragedias, muertos y vivos, amigos y rivales,
se mezclan en un loco caleidoscopio de tiempos y sentimientos.
Nada
está donde fue, nada fue sin nuestra presencia. Es nuestro pasado, tan nuestro
como ninguno y que no cambiaría por otro. Lo repito como letanía, como un rezo laico
y, lleno de esperanza, subo las escaleras. Sin luz (pero con Luz), encuentro el
camino al lecho y abrazo, aquella, tu añorada tibieza.
“… y así
la vida lo quiere”.
Carlos
Caro
Paraná,
5 de junio de 2016
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PDF: http://cort.as/hiYS
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